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Actualmente la sociedad española está formada por más de 46 millones de personas que forman un panorama diverso y plural, donde convivimos personas de diferentes perfiles, orígenes y culturas. La población extranjera supone un 10% del total, con prácticamente el mismo número de hombres y mujeres. Sin embargo, esta paridad de género no se corresponde con la realidad cuando hablamos de acceso o promoción en el empleo, donde hay una clara desventaja en situación de la mujer extranjera.

La combinación de ser mujer y ser extranjera tiene como resultado una serie de circunstancias que complican su integración en la sociedad, provocando que asuman mayores dificultades y sufran una mayor discriminación en el ámbito laboral, pieza clave para lograr la autonomía personal y la inclusión social. Al hablar de mujeres extranjeras en España, las principales nacionalidades de origen (que coinciden con las de población extranjera en general) son la rumana y la marroquí, y si hablamos por zonas o regiones más amplias, son mayoritarias las mujeres nacionales de países latinoamericanos.

La realidad nos muestra que existe una brecha de género en el acceso al empleo entre hombres y mujeres, afectando negativamente a estas últimas en los ámbitos de población activa, ocupación y desempleo. Según los últimos datos de la EPA, del total de mujeres ocupadas, solo el 11’5% era extranjera. Un estudio del SEPE de 2017, sobre la brecha de género sitúa a las mujeres extranjeras como las más perjudicadas en el acceso y promoción en el mundo laboral, muy por debajo de los hombres extranjeros. Entre las mujeres extranjeras, esta disparidad se amplía al compararla con el colectivo de población española, con una amplia diferencia entre la tasa de paro, en detrimento de las mujeres extranjeras. Todo esto no hace sino colocarlas en el último escalón de la inserción laboral, lo que redunda en la construcción de una imagen negativa.

De esta manera se desarrollan y asientan unos estereotipos que se alejan bastante de la realidad, porque fomentan la idea falsa que muestra a las mujeres migrantes como personas sin formación ni recursos, cuando los datos nos muestran una realidad mucho más compleja, diversa y plural, donde se desaprovecha e infravalora el potencial humano y profesional de miles de mujeres que tienen mucho que aportar a la sociedad.

Esta brecha de género se observa de manera global sobre todo el colectivo de mujer migrante, con independencia de su nivel formativo, y se agrava en función del país de origen, la edad o factores como la existencia o no de cargas familiares. Los datos de la EPA nos muestran que, de entre las mujeres con estudios superiores provenientes de países latinoamericanos o de países europeos que no pertenecen a la UE, la gran mayoría se ve abocada a desempeñar trabajos para los que no se exige cualificación, incidiendo en esa imagen desvalorizada de la mujer extranjera en su dimensión laboral y/o profesional.

La investigadora María Dolores Pérez Grande, en su estudio “Mujeres inmigrantes: realidades, estereotipos y perspectivas educativas”, sobre el perfil y situación de las mujeres migrantes en nuestro país, concluyó que los sectores que ocupan fundamentalmente las mujeres migrantes son aquellos que han sido considerados tradicionalmente como labores y ocupaciones femeninas, desde una ideología patriarcal según la cual las mujeres han sido relegadas a la esfera doméstica.Son trabajos como el servicio doméstico, el cuidado de personas dependientes, tareas de limpieza y de cocina: ocupaciones poco prestigiadas, mal remuneradas y generalmente invisibles, aunque imprescindibles para el funcionamiento de cualquier sociedad. Así, el sector de trabajo reproductivo supone el principal yacimiento de empleo para las mujeres migrantes.

Las personas migrantes en general, y las mujeres en particular, experimentan un dramático descenso de estatus social respecto al que tenían en la sociedad de origen, al ocupar puestos muy por debajo de sus capacidades y cualificación profesional. Pérez-Grandelo expresa así: “Las mujeres que emigran son personas por encima de la media en su país, no solo respecto a la clase social y recursos económicos (sin los cuales no resulta posible emigrar), sino también en cuanto a la capacidad emprendedora y de iniciativa, el coraje y la voluntad de mejorar”.

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